La motivación

 

 

Una de las necesidades que como seres humanos podemos experimentar desde el momento en que tomamos conciencia del YO individual y de la realidad que nos envuelve, es tratar de comprender la naturaleza de las emociones, su relación con el pensamiento racional y el modo en que ambas dimensiones interactúan y condicionan nuestros actos. Una vez hemos actuado y constatado las consecuencias de nuestro proceder, posiblemente nos preguntemos los motivos por los cuales hemos actuado de tal modo y si había otras alternativas posibles que hubieran arrojado otros resultados. El comportamiento humano es un proceso complejo, difícil de comprender hasta por los especialistas en psicología o psiquiatría, hasta el extremo de que, en ocasiones, nos resulta imposible entender y justificar ciertos actos. Ante ciertos comportamientos no podemos dejar de preguntarnos, en ocasiones, por los motivos que animaron al individuo a actuar de un modo determinado. Pero, dejando de lado los actos ajenos, tenemos ante nosotros una empresa de dimensiones impredecibles y que puede llevarnos toda una vida completar. Me refiero al misterio de nuestra propia vida. ¿Os habéis preguntado, alguna vez, cuál es la naturaleza de vuestra personalidad, de vuestros sentimientos, de vuestros deseos o necesidades?. ¿De dónde y por qué nace el impulso que os mueve a fijaros un objetivo?. ¿Dónde nace la fuerza que os empuja a empeñaros en su consecución?. ¿Por qué, en ocasiones, abandonáis y como os afecta la renuncia?. Si creéis que vuestra vida empieza al nacer y termina al morir, si contáis los años que transcurren entre tales actos, en base a los campeonatos de liga que consigue vuestro equipo, no sigáis leyendo. Pero, si estáis interesados en hallar respuestas y creéis que ignorar la profundidad y la trascendencia de la propia vida es morir un poco cada día, quizás os interese lo que voy a desarrollar a continuación.

 

En este artículo, me propongo despertar vuestro interés por descubrir la naturaleza de una fuerza que todos conocemos, pero que muy pocos comprenden, la motivación.


Definición de motivación

 

Podríamos decir que la motivación es un impulso que nos permite mantener una cierta continuidad en la acción que nos acerca a la consecución de un objetivo y que una vez logrado, saciará una necesidad. La intensidad y duración de dicho impulso están condicionados por diversos factores. Destaquemos los más importantes:

·        ·          Grado de necesidad o deseo que nos embargue.

·        ·          Tipo y naturaleza de las dificultades que hallemos durante el proceso.

·        ·          Recursos disponibles para optimizar la acción.

·        ·          Sentimientos que genere el proceso.


La naturaleza humana hace que la percepción que podamos tener de todos estos factores fluctúe constantemente y se produzcan cambios frecuentes de pensamiento o sentimientos. Según sean éstos, nuestra conducta puede verse reforzada, asegurando el éxito o por el contrario podemos perder interés durante el proceso y no lograr el objetivo marcado.


Conceptos clave:

·        ·          Objetivo-fin a que se dirige una acción (Fin: término, consumación)

·        ·          Necesidad-impulso irresistible que nos hace obrar en cierto sentido (Impulso: fuerza)



Tipos de motivación

 

La motivación puede nacer de una necesidad que se genera de forma espontánea (motivación interna) o bien puede ser inducida de forma externa (motivación externa). La primera, surge sin motivo aparente, es la más intensa y duradera. Por ejemplo, la primera vez que observamos una actividad deportiva y quedamos tan impresionados que sentimos la necesidad de integrarla en nuestras vidas. A partir de ese instante, todo gira alrededor de dicha actividad y poniéndola en práctica sentimos un placer que nos empuja a realizarla, hasta que momentáneamente, queda satisfecha la necesidad de llevarla a cabo. Si, además, obtenemos un resultado apetecible (éxito, reconocimiento, dinero, etc.), ello reforzará, aún más, nuestra conducta de repetir dicha práctica. Pensemos que no todo el que lleva a cabo una actividad lo hace con el ánimo de destacar, ganar o ser el mejor. Es más, si el único objetivo fuera ganar y la continuidad de la acción dependiera del triunfo, posiblemente solo unos pocos seguirían practicando, evidentemente, los ganadores. La motivación espontánea es una fuerza que se nutre de sí misma y no precisa ni de reforzamientos externos, ni de ninguna autoimposición. Haceos la siguiente pregunta: cuando llega la hora de ir a entrenar, ¿sois de los que se dicen debo ir al gimnasio o por el contrario decís, quiero ir al gimnasio?. Meditad acerca del tipo de sentimientos que genera la perspectiva de acudir al centro de entrenamiento. ¿Experimentáis la necesidad de acudir a la sala de pesas para sentir con plenitud vuestras vidas o porque creéis que debéis satisfacer a alguien (entrenador, padres, hijos, amigos, etc.). ¿Entrenáis para poder ganar dinero o prestigio social o simplemente por el mero placer de hacerlo?.

 

Existe otro tipo de motivación interna que no surge de forma espontánea, sino, más bien, es inducida por nosotros mismos. Es aquella que nos autoimponemos por algún motivo y que exige ser mantenida mediante el logro de resultados. Se trata de una motivación vacía que difícilmente se sostiene a menos que se consigan resultados apetecibles. Muchos estudiantes renuncian a cursar una carrera que les gusta porque piensan que una vez convertidos en profesionales no ganarán el dinero que desean y se plantean cursar otra carrera porque confían en alcanzar un elevado nivel de vida. Su motivación responde a una necesidad ajena a los estudios y que se basa en un supuesto imprevisible, por depender del siempre cambiante mercado laboral. No sienten la necesidad de aprender para colmar un deseo de conocimiento, sino que DEBEN estudiar para terminar la carrera y poder ganar dinero. Cuando las largas noches de estudio comienzan a hacerse insoportables, cuando llegan los primeros suspensos, cuando llegan las primeras dudas, es entonces cuando comienzan a recapacitar y posiblemente, a arrepentirse de la decisión adoptada. En otros campos, puede suceder lo mismo. Tomemos el ejemplo de la persona que sufre un accidente y debe iniciar un proceso de recuperación. Se inscribe en un gimnasio y se pone en manos de un profesional que le confecciona un programa de ejercicios. El alumno acude regularmente a realizar el programa, pero no porque sienta la necesidad de entrenarse, sino, porque se autoimpone el deber de hacerlo esperando una pronta recuperación. Una vez completada dicha recuperación, abandona el centro deportivo y sigue con su rutina de vida habitual.

 

El último tipo de motivación que vamos a tratar es la externa inducida, sin duda, la más débil de todas ya que no depende de nosotros mismos, sino del criterio de otras personas y de la valoración que hagan de nuestro trabajo. Sería el caso de aquellos deportistas que se comprometen a realizar una marca a cambio del dinero de un patrocinador. En este caso no se valora el trabajo hecho independientemente del resultado, ni la satisfacción personal que emana de la práctica, se valora, por encima de todo el resultado final y si éste no es satisfactorio para el sponsor, probablemente retire la ayuda económica. El deportista vive con la presión del resultado y si éste no llega, puede llegar a desanimarse y perder la motivación interna que le animó desde los inicios de su carrera deportiva. Incluso el propio entrenador puede caer en el error de estar recordando constantemente al deportista que si no cumplen con los objetivos marcados el patrocinador puede cansarse y retirar el dinero. También la familia puede llegar a imponer una presión insostenible al descargar toda la responsabilidad de su futuro económico en los resultados deportivos del atleta. En definitiva, llegamos a un situación en la que el deportista ya no se entrena por el placer de hacerlo, sino por dar satisfacción a terceros. Es, sin duda, una pobre motivación que suele venirse abajo cuando los resultados no son los esperados por los demás.

 

Abordamos, en esta ocasión, la segunda parte del artículo sobre la motivación en el que vamos a dar algunas claves para intentar comprender cuál es la naturaleza de dicha fuerza y cómo dirigirla de forma eficaz para lograr nuestros objetivos.

 

Comenzaremos definiendo lo que significa el término objetivo. Podemos decir que objetivo es aquello de lo que se carece y que sentimos que es necesario integrar en nuestras vidas. Puede ser un objeto (comprar una casa, un coche, una prenda, etc.), puede ser un conocimiento (leer un libro, memorizar unos datos, estudiar una carrera, etc.), puede ser algo que plazca a nuestros sentidos (comer, tomar una bebida, observar un paisaje, contemplar una obra de arte, acudir a un concierto, etc.), puede ser mejorar una capacidad física, etc. Existen toda una serie de actos y comportamientos que nos permiten acceder a ciertos logros cuyo sentido fundamental es llenar un vacío. Una vez conseguido y satisfecha la necesidad, ya estamos listos para intentar conseguir otros objetivos. Evidentemente, la personas tenemos la capacidad de poder plantearnos la consecución de más de un objetivo a la vez, pero también es cierto que si nos empeñamos en el logro de varios objetivos importantes al mismo tiempo, podemos llegar a sentirnos desbordados y ser incapaces de lograr ninguno. Por otro lado, la lista de objetivos que podemos llegar a establecer a lo largo de nuestra vida es incalculable. En muchas ocasiones automatizamos nuestros actos hasta tal punto que ya no somos conscientes de que todos responden a un objetivo concreto. La fácil y pronta consecución de dichos objetivos hace que no les concedamos ninguna importancia. Salir de casa con un vehículo y dirigirnos a nuestro lugar de trabajo es un comportamiento que responde a un objetivo tan simple como peligroso (tal como está el tráfico) y que en el mejor de los casos, alcanzamos cada día. Aparentemente es un acto sencillo que no entraña mayores dificultades. Pero si pensamos en que hay personas con minusvalías que hallan tremendas dificultades para realizar algo tan "simple" como circular por la calle, podemos darnos cuenta de que para ellos ese objetivo puede llegar a suponer un auténtico reto y cobrar una dimensión más profunda.

 

Algunos comportamientos aparentemente "absurdos" de algunos niños cuando se hallan en presencia de sus padres puede responder a un objetivo extremadamente claro y definido. ¿Nunca habéis visto a un niño saltar, gritar, reír, tirarse al suelo, todo a la vez, y habéis pensado que su comportamiento carecía de sentido y tan sólo podía responder a un afán de llamar la atención?. Pues habéis acertado, pero sólo a medias, porque SÍ tiene sentido tal comportamiento y responde a una clara necesidad que ya vosotros mismos habéis descubierto, ¡ llamar la atención !.


La preparación volitiva

A pesar de que la motivación espontánea es una fuerza difícilmente quebrantable, se hace necesario alimentarla periódicamente para que no se debilite. Es esencial cultivar toda una serie de cualidades que nos permitan, una vez fijado el objetivo a conseguir, superar las dificultades y seguir adelante hasta conseguirlo. Destacaremos las siguientes:

Constancia y perseverancia

Se refiere al desarrollo de una actitud firme que posibilita una actuación prolongada en el tiempo, sin merma de esfuerzo y que nace del profundo deseo de conseguir los objetivos marcados. Ello sólo es posible con la adecuada motivación.

Iniciativa e independencia

Perseguir la meta mediante procedimientos que se desprenden de impulsos propios en base a la propia creatividad y manteniendo un espíritu autocrítico que nos permita detectar errores lo antes posible. Ello nos permitirá generar nuevas estrategias y mejorar las ya existentes.

Asumir decisiones

Capacidad para encontrar el modo más idóneo de resolver los problemas en el curso de la acción. Adoptar una postura activa en situaciones concretas, asumiendo la responsabilidad en la toma de decisiones y las posibles consecuencias que de ellas se deriven, incluso ante condiciones de riesgo.

Autodominio

Capacidad de conservar el control sobre uno mismo. Comprensión y dominio de los sentimientos y de las propias acciones bajo condiciones de especial dificultad. Capacidad de emprender grandes esfuerzos en situaciones límite. A un momento de debilidad deben seguir diez de sobreesfuerzo.

 

El proceso de educación de la voluntad sólo es posible desarrollarlo si existe la motivación adecuada. Nadie puede mantener un alto grado de entrega durante la ejecución de un proyecto si no existe una necesidad personal de llevarlo a cabo. La palabra sacrificio no existe para aquellas personas que desarrollan actividades que les resultan placenteras a pesar de las dificultades que su ejecución conlleve. Para un verdadero deportista no supone ningún sacrificio organizar toda su vida alrededor del entrenamiento y dedicar muchas horas a su preparación, aunque visto desde fuera pueda parecerlo.


Los incentivos

 

Llegados a este punto, cabe plantearse de nuevo una cuestión que servía de punto de arranque del primer artículo y que se refería a la trascendencia que tiene la toma de conciencia del propio yo.

 

Comenzábamos hablando de la necesidad de comprender la naturaleza de los propios sentimientos y el sentido de nuestros actos. Pues bien, ha llegado el momento de saber qué es lo que nos empuja a entrenar y luchar por mejorar nuestra condición física o nuestra apariencia actual. El encabezado del párrafo se refiere a los incentivos. Un incentivo es algo que mueve a realizar una acción y que mantiene el entusiasmo durante su desarrollo. Podríamos decir que es como la gasolina que aporta la energía necesaria para que no se para el motor de la motivación. A continuación, os voy a plantear una serie de incentivos que pueden daros las claves para descubrir la respuesta a la pregunta fundamental: ¿por qué entrenamos?.


El incentivo sensorial

 

El entrenamiento intenso está presidido por toda una serie de sensaciones que todo practicante conoce bien, pero la más intensa es, sin duda, el dolor. Todo practicante debe aprender a conocer y aceptar el dolor para poder dominarlo y hacer que trabaje en su beneficio. La cuestión es cuanto dolor debemos soportar para poder obtener auténticos progresos sin sufrir efectos negativos tales como el sobreentrenamiento o la lesión. Al respecto, es muy importante saber diferenciar el dolor que es producto del entrenamiento bien realizado y el dolor que es síntoma de una posible lesión.

 

En una persona no suficientemente motivada, el dolor puede generar una conducta de escape y posterior evitación. Ello explica la escasez o ausencia de resultados de la mayoría de las personas que se inician en el entrenamiento sin la motivación adecuada o sin la información suficiente que les permita conocer la verdadera naturaleza del mismo. Otras sensaciones, como la congestión, en el caso del culturismo, son altamente gratificantes en sí mismas, constituyen un poderoso incentivo y son buscadas con ahínco durante el entrenamiento. El motivo es evidente ya que la congestión permite anticipar la visión de un músculo más hipertrofiado.

 

Cuando no se produce la congestión muscular el entrenamiento no proporciona ese grado de satisfacción y plenitud que todo culturista busca como premio a sus esfuerzos. Se piensa, entonces, que la sesión no ha sido productiva y se crean sentimientos negativos de inseguridad o incluso de culpa.


El incentivo de curiosidad

 

Dice un refrán popular que "la curiosidad mató al gato", pero también podríamos acuñar otro que dijera "la falta de curiosidad mató al investigador". La curiosidad es el factor primario que conduce al conocimiento y al aprendizaje. Relacionar este concepto con el entrenamiento es bastante simple. El entrenamiento debe ser un reto diario por descubrir nuevas sensaciones, por desarrollar nuevas ideas y profundizar en las ya experimentadas y calificables como válidas. Debemos desarrollar una creciente preocupación por aprender de otras disciplinas y áreas de conocimiento, todo aquello que nos ayude a conocer los fundamentos teóricos de nuestro deporte y otorgarle, así, un carácter más científico.

 

El incentivo de los logros

 

Sin duda, para el deportista de competición, el incentivo más importante es la victoria. El atleta que vence en una competición local es espoleado hacia el logro de hazañas mayores. Incluso tras haber ganado un campeonato mundial, el deportista sigue entrenando y compitiendo para continuar gozando de la experiencia del triunfo. No obstante, la victoria no siempre es dulce y puede estar ensombrecida por diversas circunstancias, por ejemplo, la ausencia de algún competidor de nivel semejante con el que deseáramos medirnos y cuya ausencia ha restado valor a la competición, una valoración injusta por parte de los jueces a nuestro favor, una mala preparación que termina en una victoria gracias al bajo nivel de la competición o incluso una victoria fácil. En definitiva, el vencer en una prueba puede ser considerado un éxito o no según la valoración que el competidor haga de ella. Al respecto es muy importante mantener los objetivos claros y darle a la competición la dimensión adecuada que nos permita utilizarla como un medio más en nuestro camino hacia el progreso y no sólo como un fin único y último.


El incentivo de afiliación

 

La necesidad de autoafirmación está presente en todo ser humano y se manifiesta con mayor intensidad en aquellas personas que no han desarrollado, aún, el grado de madurez suficiente. Una forma de autoafirmarse y conseguir cierta aceptación social es demostrar capacidad para enfrentarse a las dificultades y alcanzar el éxito en actividades que son trascendentes para el grupo social al que se quiere pertenecer. En el gimnasio, el principiante pronto se da cuenta de que para ser aceptado por los veteranos, tendrá que empezar por mover mucho peso (eso siempre llama la atención aún cuando no sea el objetivo principal del entrenamiento) y hacer alarde de una gran capacidad de sufrimiento. Ello puede llevar al principiante al reconocimiento o al desastre. Sin la guía adecuada, la inteligencia y la paciencia suficientes, todo ese esfuerzo puede conducir al sobreentrenamiento, a la lesión y en última instancia, al abandono de la práctica. Entrenar con un compañero del mismo nivel siempre es positivo en el sentido de que despierta una admiración mutua que cataliza los esfuerzos hacia la consecución de un objetivo compartido. Entrenar con un compañero aventajado es, como se ha dicho, un arma de doble filo. Por un lado puede ayudar a mejorar el rendimiento y acelerar la aparición de resultados, pero por otro, puede significar lo mismo que intentar agarrarse a la cola de un cometa.


El incentivo de agresión

 

En un sentido deportivo la agresión se define como una conducta hostil o destructiva hacia alguien en concreto. El deportista, no obstante, también otorga al término otro significado mucho más positivo y carente de connotaciones destructivas. En el entrenamiento culturista, la agresividad debe estar presente, pero siempre entendida como un sentimiento de oposición y firmeza ante las dificultades.

 

Nadie puede enfrentarse a retos de elevada magnitud (una sentadilla con 200 Kg., por ejemplo) con una actitud pasiva o displicente. Durante la ejecución de esfuerzos máximos la actitud debe ser ciertamente agresiva y no es momento de pararse a pensar si no estaríamos mejor leyendo un libro de poesía. Durante la sesión de entrenamiento, las reflexiones deben hacerse antes y después del esfuerzo, nunca durante.

El incentivo de independencia

 

Se refiere a la necesidad que tienen algunos deportistas de hacerlo todo por sí mismos. Esta actitud autodidacta puede ser positiva si supone un afán por aprender de los propios errores y transmitir esos conocimientos a los demás. Pero también puede perjudicar mucho los progresos y retrasar la consecución del éxito. Así mismo, puede conducir al desarrollo de actitudes prepotentes y egoístas debido a las dificultades y sufrimientos experimentados. Frases como "nadie sabe por lo que he tenido que pasar hasta alcanzar el triunfo" o "¡ si hombre ! con lo que me ha costado aprender te voy a explicar lo que sé" o "espabílate como yo he hecho" o "a estas alturas ya nadie puede enseñarme nada", son sintomática de este tipo de actitud a que nos referimos.

El incentivo de poder

 

La necesidad de ejercer influencia sobre los demás y de permanecer poco receptivo hacia los consejos de los demás es una característica bastante frecuente de algunos deportistas. El culturismo es un claro ejemplo. Ello se debe generalmente al carácter dominante y a la necesidad de autoafirmación de la mayoría de los practicantes de este deporte. Los duelos de personalidad son frecuentes y aparecen comúnmente cuando dos o más culturistas destacados intentan resistirse a las recíprocas influencias y tratan de imponer, al mismo tiempo, su voluntad sobre los demás. Nadie puede negar que ejercer este tipo de poder es, con frecuencia, motivo de disputas y crea un ambiente enrarecido en la sala de entrenamiento. Estas pequeñas hostilidades se recrudecen a medida que se acerca una competición y pueden degenerar en auténticos conflictos que en nada benefician al culturista, al deporte que representa o al gimnasio. Esta capacidad bien utilizada es un excelente vehículo para atraer a los incipientes aficionados y despertar su interés por nuestro deporte. Demasiadas veces hemos oído ya la famosa frase "quiero practicar con pesas, pero.. ¡ yo no quiero parecerme a ese !" señalando inmediatamente la fotografía de algún culturista que está colgada de la pared. El problema no es que la gente que asiste al gimnasio para estar, simplemente, en forma no desee alcanzar el nivel competitivo de un gran campeón. El problema es que ese campeón y lo que representa, despierta más un sentimiento de rechazo que de admiración y eso es algo que nos tiene que hacer pensar en la imagen que en ocasiones transmitimos.



Bien, estos son, según mi criterio, los incentivos que con mayor frecuencia pueden reforzar la conducta de entrenarse. No obstante, conviene recordar que el verdadero motor de todo proceder es la motivación espontánea y sin ella, es impensable el mantenimiento de una actitud firme y decidida en pos de la consecución de cualquier objetivo. El correcto establecimiento de objetivos, el diseño de un plan de actuación, la preparación volitiva o la presencia de incentivos, pueden no ser suficientes garantías para poder mantener una conducta a largo plazo.