Roberto es un joven de
18 años que entrena de forma regular desde los 15. La primera vez que cogió una
pesa, sintió que su contacto no le era extraño. Fue lo que podría calificarse
como "amor a primera vista". A partir de ese instante, Roberto se
sumergió de lleno en el estudio de todo conocimiento que pudiera ayudarle a
comprender mejor como funciona el proceso de desarrollo muscular. Tampoco
desaprovechaba cualquier ocasión de escuchar a todo aquel que quisiera
compartir sus experiencias con él.
Con el paso del tiempo,
el entrenamiento con pesas no solo se reveló como un medio eficaz de conseguir
el tipo de físico que él deseaba, sino también, como una fuente inagotable de
satisfacción a nivel emocional e incluso, intelectual. Aumentó su
autoconfianza, se fortaleció su carácter, se disciplinó su conducta y
experimentó un gran progreso en su proceso de maduración como persona.
Enseguida se dio cuenta de la importancia que el entrenamiento había adquirido
en su vida, tomó plena conciencia de la necesidad de entrenarse y nada ni nadie
le haría cambiar la firme decisión de hacerlo el resto de su vida. ¿Acaso puede
alguien dejar de comer, de beber o de respirar y no morir?.
Pasados unos meses, una
mañana como tantas otras, mientras preparaba su desayuno, surgió en su mente
una frase que habría de significar el fin de una etapa gloriosa y el inicio de
otra que supuso un auténtico calvario: debo ir a entrenar... En ese preciso
instante, Roberto no se dio cuenta de las consecuencias que entrañaba cambiar
el verbo quiero por el debo. Así pues, a la hora habitual y como cada mañana,
se dirigió al gimnasio y entrenó con absoluta normalidad. Terminó la rutina y
como siempre, se marchó a casa satisfecho y con la seguridad que a veces,
otorga la inexperiencia o la ignorancia. En días sucesivos, el verbo debo, se
conjugó de forma cada vez mas imperativa hasta llegar a un punto en que empezó
a sospechar que algo no funcionaba. No sabía muy bien el "qué" ni el
"porqué", pero su actitud hacia el entrenamiento había cambiado, ya
no se divertía como antes, ya no alcanzaba esa sensación de plenitud al
finalizar el trabajo. Tenía que forzarse para ir al gimnasio y una vez en el
vestuario se sentaba en el banco y se hacía preguntas cuyas respuestas no
hallaba o no quería afrontar. ¿Acaso se había equivocado eligiendo este
deporte?; ¿acaso había vivido una ilusión efímera, un enamoramiento fugaz?; tal
vez estaba enfermo y su visión de las cosas aparecía distorsionada?. Lo único
de lo que estaba realmente seguro es de que no quería entrenar y eso le dolía
profundamente. Habló más que nunca con compañeros suyos ansiando algún tipo de
complicidad, ya sabéis, "...tranquilo, es normal, a mí también me ocurrió"
pero ninguno había pasado por algo parecido. Pidió consejo a alumnos veteranos,
repasó viejos artículos por si algo había escapado a su atención y contempló
por enésima vez las fotos de sus ídolos, pero esta vez no con admiración, sino
con una mezcla de miedo y envidia. Miedo por creer que había fracasado, que
jamás podría alcanzar un físico parecido. Envidia por no tener quizás el coraje
y la determinación que esos cuerpos transmitían aún en fotografía. Sintió que
de alguna manera se había fallado a sí mismo y que todos aquellos propósitos de
superación quedarían pronto enterrados bajo toneladas de autocompasión.
Un mal día, Roberto dejó de entrenar, guardó las
revistas y los libros en una caja de cartón y se sumergió en un estado de
tristeza que terminó por afectarle en su vida cotidiana. Sus padres, sus
amigos, sus profesores, todos notaron el cambio. Si alguien le preguntaba el
motivo de su actitud o manifestaba su extrañeza por el abandono del
entrenamiento, respondía con evasivas o sencillamente mentía. Todo antes que
reconocer que todo aquello que un día le motivó, ahora carecía de sentido. De
todas formas, ni él mismo sabía muy bien lo que le estaba pasando. Pasaron
algunas semanas y poco a poco, sin saber por qué, de una manera sutil y casi
imperceptible, se fue operando un cambio. Recobró la alegría, las ganas de
hacer cosas y cada vez le costaba menos restarle importancia al hecho de no
entrenar. Incluso un día, sintió la necesidad de volver a ojear las viejas
revistas que guardaba en una caja de cartón y que no sabe muy bien por qué no
tiró a la basura. Pero esta vez las miró de forma diferente, sin aquella pasión
de antes, pero con cariño y cierta dosis de nostalgia. Y la experiencia no le
desagradó, más bien le dio que pensar. Al cabo de unos días más, Roberto volvió
al gimnasio, no por obligación, ni como un deber autoimpuesto que pusiera a
prueba su capacidad de sacrificio. Volvió porque quiso, porque necesitaba
volver a sentir el hierro en sus manos, oler a ropa sudada, reencontrarse con
sus compañeros. Pero a diferencia del pasado su actitud no era tan ilusionada,
era más fría, más sosegada. Había cambiado y con el tiempo comprendió que todo
lo que había pasado obedecía a una causa y era una etapa más en el largo camino
hacia la superación y el logro de un objetivo. Experimentó lo que se conoce en
términos deportivos como sobreentrenamiento. Maduró, se hizo fuerte, y siguió
entrenando para un día descubrir que había recuperado la ilusión perdida, pero,
esta vez, templada por el conocimiento y la certeza de que la ilusión desmedida
y sin la dirección adecuada puede conducirnos al fracaso.
Causas del sobreentrenamiento
Podríamos definir el sobreentrenamiento como un proceso patológico que nos
lleva a un punto de estancamiento y que, incluso, puede sumirnos en un estado
tal de fatiga que altere nuestro equilibrio emocional. La Asociación Médica
Americana, define el sobreentrenamiento como: " una condición fisiológica
y psicológica que se manifiesta como un estado de deterioro en la disposición atlética
". Cuando esta condición se agrava, puede costar semanas, incluso meses,
recuperarse.
Alcanzar un estado de
sobreentrenamiento no es fácil. Para ello es necesario entrenar con extrema
dureza durante algún tiempo y, o, alimentarse de forma deficiente. En el primer
caso, la intensidad juega un papel importante ya que representa el grado de
sobrecarga que tendrán que soportar los músculos y el sistema articular en
general. Un nivel de intensidad elevado y sostenido durante meses o incluso
años, sin los períodos de descanso activo y pasivo preceptivos puede llevarnos
hasta un punto de fatiga crónica que lleve al traste todo nuestro trabajo
anterior. En el artículo “La progresión en las cargas de entrenamiento” tenéis
un claro ejemplo de la estrategia a seguir para evitar que el entrenamiento
alcance cotas insostenibles de trabajo. Generalmente, el sobreentrenamiento es
consecuencia de una recuperación incompleta o insuficiente. Ello puede deberse,
como ya hemos dicho, a que el grado de exigencia es demasiado elevado, pero
también hay que tener en cuenta la frecuencia con la cual entrenamos cada
músculo. Este factor acostumbra a ser más decisivo que el factor intensidad.
Ello nos lleva a concluir que en ocasiones se pueden desarrollar procesos de
sobreentrenamiento aún aplicando intensidades relativamente altas, aunque no
es, como digo, lo habitual. Lo más frecuente es que los atletas que sufren este
problema sean aquellos que entrenan más duro y que lo hacen sostenidos por un
alto grado de motivación. Ello hace que, en ocasiones, los síntomas del
sobreentrenamiento queden camuflados o diluidos en grandes dosis de ilusión y
afán de triunfo. Esta actitud es muy propia de los atletas más jóvenes y no
debe ser censurada, pero si debe temperarse y encauzarse en la dirección
adecuada. De lo contrario puede ser el fin de una prometedora carrera
deportiva.
Síntomas del sobreentrenamiento
Como todo proceso patológico, el sobreentrenamiento, no aparece de forma
repentina y sin previo aviso, sino que presenta una serie de síntomas que
conviene conocer para poder evitar su consolidación. Los más destacables son:
Recuperación
insuficiente
Significa que llegamos
al entrenamiento cansados y con los músculos bajos de tono, doloridos o algo
rígidos. Ello supondrá un descenso del rendimiento durante la sesión en mayor o
menor medida según la gravedad del estado. Para identificar este síntoma
debemos llevar un control riguroso de nuestras sesiones de entrenamiento.
Debemos anotar el peso que manejamos en cada serie y establecer objetivamente
las progresiones en cada ejercicio. Si después de un período de progresión
regular, nos estancamos, es posible que estemos rozando el límite. Si lo
traspasamos podemos correr el riesgo de caer en el sobreentrenamiento. Conviene
recapacitar y tal vez concluir que en todo proceso de mejora atlética es
inevitable la presencia de períodos más o menos largos de estancamiento. Si
experimentamos un estancamiento o incluso una pequeña recesión de nuestra forma
física y nuestra fuerza y creemos que es consecuencia de una falta de
recuperación, deberemos analizar si nuestro descanso, nuestra alimentación y
frecuencia de entrenamiento son los adecuados.
Pérdida de peso corporal
Es una consecuencia del
descenso en el rendimiento físico ya que se empobrece la calidad del estimulo.
Pensad que lo que obliga al músculo a hipertrofiarse es la magnitud del
estímulo que aplicamos en forma de carga y el grado de tensión que deba generar
el músculo para soportarla. Si baja el estímulo, el nivel de hipertrofia
alcanzado hasta ese momento no tiene razón de ser y sencillamente disminuye.
Disminución del apetito
Este factor hace que el
peso corporal descienda de forma aún más acusada y en ocasiones se debe a
procesos inflamatorios del sistema digestivo, consecuencia de las dietas
hipercalóricas e hiperproteicas.
Actitud negativa
Es muy frecuente
observar a deportistas que de una forma sutil van experimentando una
transformación emocional que les lleva a hablar mal del deporte que practican.
Frases como: "no sé para qué entreno tanto si...", "estoy harto
de que no se reconozca mi trabajo...", " no hago más que hacerme daño
y cuando sea viejo...", "podría estar haciendo algo de más provecho
que...", etc. Todo ello es muy sintomático y el entrenador hará bien en
tomar nota y conversar con el atleta a fin de tratar de averiguar a qué se debe
esa actitud.
Dolor muscular general
Llegados a cierto punto, comenzamos a sentir un
estado de malestar general, de tensión muscular incluso al levantarnos después
de dormir e incluso podemos sentir dolor constante en ciertas partes de nuestro
sistema músculo-esquelético. En este caso es esencial aplicar terapias de
recuperación de probada eficacia como son el calor, el masaje y los
estiramientos.
Bien, estos son los síntomas más importantes desde el punto de vista deportivo,
que pueden delatar un proceso de sobreentrenamiento. Pero recordad que existen
otros síntomas que deben ser analizados por el médico y que permiten descubrir
a tiempo un proceso inicial de sobreentrenamiento. Si sospecháis que algo no
funciona, acudid de inmediato a un doctor en medicina deportiva y él, mejor que
nadie, sabrá qué camino hay que seguir para evitar que el problema se agrave.
En el próximo artículo
os hablaré de la falta de progreso, que no debe confundirse con el
sobreentrenamiento, de sus causas y sus consecuencias. Hasta entonces, recibid
un cordial saludo.